miércoles, 9 de julio de 2014

¿Decepcionad@?

El otro día leí un artículo de Néstor Gándara titulado "Ser adulto está sobrevalorado". Para evitar distorsionar o desvirtuar lo que decía lo voy a copiar íntegramente:

"Cuando era pequeño, pensaba que de mayor tendría la vida de mis padres. Me veía a mí mismo casándome con mi novia de la Universidad. Teniendo dos hijos y un perro que el primero de ellos me metería en casa. Un monovolumen de primera mano para poder ir todos juntos a la playa en vacaciones (incluido el puñetero perro). Una hipoteca. Un grupo de nuevos padres–amigos con los que mi mujer y yo habríamos trabado amistad a la salida del colegio. Un trabajo estable.

Ahora que he alcanzado la edad en la que mis padres me tuvieron, sé que jamás tendré su vida.
Y al principio me agobiaba pensarlo. Suspiraba ante el tic-tac como un miembro más de la Generación Perdida: culpando al gobierno; culpando a la crisis del estado de bienestar; culpando a los contratos basura; culpando a mis propios padres por darme siempre todo lo que quise, haciéndome creer que /querer = tener/ sería una realidad capitalista infinita.
Hasta que me caí del Luis de Guindos y entendí que mi precariedad existencial era ¡lo mejor que podía pasarme! El mundo me estaba obligando a permanecer en la crisálida. Obviando las declaraciones trimestrales del IVA y cambiando horas de clase por horas laborales, mis días no eran tan distintos a los que veía pasar con diecisiete.

Todavía esperaba al viernes con impaciencia para hacer botellón, hablaba de follar con mis amigos y trasteaba con la guitarra como si fuese a reinventar el Folk.
De hecho, era la guitarra de mi padre. Que tuvo abandonada por casa y al preguntarle por qué nunca la tocaba contestó: «hay un tiempo para todo». Queriendo decirme que hay un tiempo para los punteos y otro diferente para los Planes de Pensiones.
Pero eso se acabó. Adiós. Las circunstancias nos han condenado a la eterna adultescencia. Y no tenemos que llorar por lo que nunca tendremos –una segunda residencia; una primera; un contrato indefinido que no tenga fin– sino alegrarnos por lo que JAMÁS añoraremos.

Si lo pensáis un momento, la mayoría de adultos reales de generaciones pasadas se levantaban cada mañana deseando hacer un American Beauty. Anhelando grapar la corbata de su jefe al escritorio, salir por la puerta al ritmo de Little Green Bag, comprar algo de hierba en la esquina e ir corriendo al Zara más próximo a probarse unos pantalones cortos.
(Antes de que también les infantilizaran a ellos, claro).

Nosotros estamos viviendo El Sueño. Quién quiere dolores de cabeza provocados por críos pudiendo tener resacas. Quién prefiere pagar una boda a descargarse Tinder gratuitamente. Quién se lo pasa mejor en Varadero que en las fiestas de su pueblo.
Y podríamos ir más allá. Podríamos imaginar una coalición de derechas llamada Juguemos, cuyo programa defendiese la desaparición de los últimos derechos y libertades individuales a cambio de piscinas de bolas. Toboganes para bajar al Metro. Carruseles en las rotondas. Norias para subir a los pisos más altos. Concursos de tiro al blanco para ganar turno en la charcutería. Una puta montaña rusa en el Acueducto de Segovia.

¿No seríamos todos felices como niños?

En ese estadio anterior al acné, el sexo y la velocidad. En la auténtica Edad de la Inocencia. Abuelos, padres, hermanos e hijos hipando de placer en una misma cuna gigante. Agarrando los bordes de la sábanas con nuestras manos delicadas, observando boquiabiertos el móvil sobre nuestras cabecitas. Que gira, gira, y vuelve a girar al ritmo de una delicada nana. Mientas una mano gigante y velluda, una mano de hombre, le da cuerda evitando rozar su Rolex Split.

Quienes escogen el reloj son los que nos retroceden en el tiempo".



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