El otro día leí un artículo de Néstor Gándara titulado "Ser adulto está sobrevalorado". Para evitar distorsionar o desvirtuar lo que decía lo voy a copiar íntegramente:
"Cuando era pequeño, pensaba que de
mayor tendría la vida de mis padres. Me veía a mí mismo casándome con mi novia
de la
Universidad. Teniendo dos hijos y un perro que el primero de
ellos me metería en casa. Un monovolumen de primera mano para poder ir todos
juntos a la playa en vacaciones (incluido el puñetero perro). Una hipoteca. Un grupo
de nuevos padres–amigos con los que mi mujer y yo habríamos trabado amistad a
la salida del colegio. Un trabajo estable.
Ahora que he alcanzado la edad en
la que mis padres me tuvieron, sé que jamás tendré su vida.
Y al principio me agobiaba
pensarlo. Suspiraba ante el tic-tac como un miembro más de la Generación Perdida :
culpando al gobierno; culpando a la crisis del estado de bienestar; culpando a
los contratos basura; culpando a mis propios padres por darme siempre todo lo
que quise, haciéndome creer que /querer = tener/ sería una realidad
capitalista infinita.
Hasta que me caí del Luis de
Guindos y entendí que mi precariedad existencial era ¡lo mejor que podía
pasarme! El mundo me estaba obligando a permanecer en la
crisálida. Obviando las declaraciones trimestrales del IVA y cambiando horas de
clase por horas laborales, mis días no eran tan distintos a los que veía pasar
con diecisiete.
Todavía esperaba al viernes con
impaciencia para hacer botellón, hablaba de follar con mis amigos y trasteaba
con la guitarra como si fuese a reinventar el Folk.
De hecho, era la guitarra de mi
padre. Que tuvo abandonada por casa y al preguntarle por qué nunca la tocaba
contestó: «hay un tiempo para todo». Queriendo decirme que hay un tiempo
para los punteos y otro diferente para los Planes de Pensiones.
Pero eso se acabó. Adiós. Las
circunstancias nos han condenado a la eterna adultescencia. Y no tenemos
que llorar por lo que nunca tendremos –una segunda residencia; una primera; un contrato
indefinido que no tenga fin– sino alegrarnos por lo que JAMÁS añoraremos.
Si lo pensáis un momento, la
mayoría de adultos reales de generaciones pasadas se levantaban cada mañana
deseando hacer un American Beauty. Anhelando grapar la corbata de su jefe
al escritorio, salir por la puerta al ritmo de Little Green Bag, comprar algo
de hierba en la esquina e ir corriendo al Zara más próximo a probarse unos
pantalones cortos.
(Antes de que también les
infantilizaran a ellos, claro).
Nosotros estamos viviendo El
Sueño. Quién quiere dolores de cabeza provocados por críos pudiendo tener
resacas. Quién prefiere pagar una boda a descargarse Tinder gratuitamente.
Quién se lo pasa mejor en Varadero que en las fiestas de su pueblo.
Y podríamos ir más allá. Podríamos
imaginar una coalición de derechas llamada Juguemos, cuyo programa defendiese
la desaparición de los últimos derechos y libertades individuales a cambio de
piscinas de bolas. Toboganes para bajar al Metro. Carruseles en las rotondas.
Norias para subir a los pisos más altos. Concursos de tiro al blanco para ganar
turno en la charcutería. Una puta montaña rusa en el Acueducto de Segovia.
¿No seríamos todos felices como
niños?
En ese estadio anterior al acné,
el sexo y la velocidad. En la auténtica Edad de la Inocencia. Abuelos ,
padres, hermanos e hijos hipando de placer en una misma cuna gigante. Agarrando
los bordes de la sábanas con nuestras manos delicadas, observando boquiabiertos
el móvil sobre nuestras cabecitas. Que gira, gira, y vuelve a girar al ritmo de
una delicada nana. Mientas una mano gigante y velluda, una mano de hombre, le
da cuerda evitando rozar su Rolex Split.
Quienes escogen el reloj son los
que nos retroceden en el tiempo".
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